La ira y el enojo en atención plena
La ira y el enojo no son emociones fáciles de manejar, pero son emociones que señalan muchas cosas importantes sobre la forma en que nos compartimos con los demás, y nos muestra donde está puesta nuestra atención.
Estas emociones que muchas veces se reprimen son expresiones naturales de la maravillosa experiencia humana. Desafortunadamente desde las primeras manifestaciones de estas emociones en la infancia, nos enseñan que la ira y el enojo son emociones negativas y que es mucho mejor no mostrarlas.
Como resultado de esa enseñanza cultural y social, los adultos escondemos la ira y el enojo porque está mal visto exponerse de esa forma. Vivimos entre risas forzadas y la necesidad de caer bien y encajar en todos lados y con todo el mundo. Esta actitud se vuelve una carga muy pesada cuando se convierte en una característica que predomina en la personalidad, porque nos aleja de la posibilidad de experimentar la sensación de libertad que otorga mostrarse de manera auténtica.
Un día cualquiera, alguien nos hace o nos dice algo que nos hiere profundamente, o la vida toma un giro inesperado, y es ahí cuando años acumulados de ira y enojo mal procesado, se liberan como avalanchas que sacuden los cimientos.
Cuando esto pasa, cuestionamos quienes somos, porque por mucho tiempo hemos empujado y negado estas emociones como parte de nuestra experiencia, muchas veces convencidos de que son emociones que no nos pertenecen.
Sin lograr tomar conciencia de todo lo que está sucediendo en nuestro interior, buscamos desesperadamente atar los caballos salvajes que se nos fueron galopando quien sabe a donde.
Si no aceptamos que la ira y el enojo forman parte de nuestra experiencia humana, estamos condenados a la proyección de nuestra frustración en otras personas, al mal uso de la energía y a seguir lastimándonos entre todos.
Solo tenemos que observar a nuestros gobernantes y a las autoridades que nos “lideran”. Estoy segura que en ellos están los niños y niñas heridas, con situaciones altamente traumáticas y a quienes prohibieron llorar y sentir en situaciones muy vergonzosas.
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Observar la ira y el enojo a través de la práctica de mindfulness
El miedo y el amor son las dos emociones que el ser humano experimenta, todas las otras emociones, incluyendo la ira y el enojo son ramificaciones. El enojo es una emoción muy intensa y sensitiva ramificada del miedo. Recordemos que una emoción es el impulso energético de una acción. Es energía en movimiento, por esta razón cumple con la característica de ser un estado pasajero.
Generalmente la ira y el enojo nacen en algún tipo de intercambio con otra persona. Un conflicto con las ideas, las creencias y las posturas que difieren con la nuestra. Sentimos lo diferente como opuesto, porque estamos fuertemente identificados con nuestras emociones y nuestros pensamientos. Las emociones y pasiones nos hablan, nos narran una historia y la mente las expande.
Mientras que el miedo nos separa de la verdad de otros y de la aceptación, el amor nos ilumina el camino y nos permite crecer despiertos a la realidad de que cada ser humano tiene su experiencia única y por ese motivo, experimenta la vida desde una perspectiva diferente.
El amor nos enseña a aceptarnos en cada encuentro con el otro, sin importar que tipo de encuentro éste sea. El amor no es otra cosa que una frecuencia en la que podemos elegir vibrar, cuando nos abrazamos con autocompasión en nuestra luz y nuestra sombra.
Cuando nos permitimos sentir ira y enojo sin culpa, sin juicio y con aceptación, logramos procesar y observar los mensajes que traen estas emociones. Dejamos de señalar afuera buscando culpables de lo que nos afecta, y empezamos a ser responsables de nuestra propia respuesta ante lo que nos conmueve.
La ira y el enojo es un momento que nos invita a reflexionar sobre nuestras estructuras mentales y sistemas de creencias. Pero si no aprendemos a darle espacio a lo que surge, el resultado es una reacción impulsiva nacida del no reconocimiento de estas emociones difíciles e incomodas, que al ser reprimidas traen consigo espirales de juicios y sufrimiento.
Prueba estas meditaciones guiadas para empezar a cultivar un espacio de observación compasiva de la ira y el enojo
Como manejar la ira y el enojo de manera consciente
En la quietud de la práctica de meditación mindfulness , el entrenamiento de llevar nuestra atención al momento presente aceptando todo lo que ese presente esta manifestando, aprendemos que la turbulencia externa no determina la armonía interna. Aprendemos que en escancia somos testigos de los eventos que vienen y van, que no paran de cambiar y estamos más presentes en lo pasajero dejando ir todo lo que sea que deba irse.
Conocer en profundidad nuestra ira y enojo es darle a estas emociones, la oportunidad de disolverse ante la luz de una consciencia base que esta detrás de los juicios y cuentos que la mente construye, y de esta manera se cultiva el espacio para que surjan respuestas conscientes y benéficas, construimos recursos para actuar con intensión, en oposición a la conducta condicionada automática que nos pone en situaciones que luego nos llenas de arrepentimiento y culpa.
Utiliza herramientas de escritura terapeutica para tomar contacto con la raíz de la ira y el enojo. Prueba los ejercicios del artículo sobre la escritura terapeutica para la ansiedad.
Un cuento sobre ira y enojo, y la importancia de soltar
Para ilustrar de manera simbólica el peso que tiene sostener la postura rígida de la ira y el enojo que no se procesa, les voy a compartir uno de mis cuentos favoritos.
El cuento de los dos monjes y la joven cruzando el rio es un cuento que tiene uno de los mensajes más simples pero de una profundidad enorme sobre el habito de sostener la ira y el enojo a través del juicio y la resistencia a dejar ir.
Dos monjes zen iban cruzando un río.
Se encontraron con una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo. Así que el más anciano de los monjes la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla.
El monje más joven estaba furioso.
No dijo nada pero hervía por dentro.
Eso estaba prohibido. Un monje zen tiene prohibido tocar a una mujer y este monje no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre sus hombros.
Una vez cruzado el río, el anciano monje dejó a la joven sobre la orilla y ella siguió su camino llena de gratitud.
Los dos monjes también siguieron su camino y recorrieron varias leguas.
Cuando llegaron al monasterio, mientras entraban, el monje más joven que estaba enojado se volvió hacia el anciano y le dijo:
-Tendré que decírselo al maestro.
Tendré que informar acerca de esto.
Está prohibido.
-¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -le pregunto el anciano.
-¿Te has olvidado? Llevaste a esa hermosa mujer sobre tus hombros – dijo el joven monje furioso.
El anciano monje sonriendo le contestó:
-Sí, yo la llevé. Pero la dejé a un costado del río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás cargando…
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